sábado, 29 de junio de 2019
Las discrminación laboral por edad de las personas mayores de 50 años.
Muchas de las personas mayores de 50 en las empresas, no
cumplirán los 50 trabajando, y tienen que enfrentarse al final de sus días laborales. Esto suele ocurrir con frecuencia.
Durante la última década, el número de personas en paro mayores de 55 años se ha duplicado en España. Son el 15% de las personas que
buscan empleo, según los datos de la última Encuesta de Población Activa 2018. El panorama sugiere una creciente discriminación laboral por edad,
el conocido como "edadismo", en un contexto en el que el envejecimiento de la
población provocará que cada vez haya más personas de esa edad y que el
relevo generacional sea más complicado.
Aun así, hay casi cuatro millones de ocupados de más de 55
años en las empresas españolas, la edad con más personas trabajando, seguida de las
de 40 a 44 años (con 3.100.000). Para entender un poco mejor la situación a la
que se enfrentan tanto ahora como en los siguientes años, resulta útil un
revelador trabajo publicado en 'Organization' por la doctora Simona Spedale,
investigadora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Nottingham, que
analiza y deconstruye el discurso de un profesor de arte recién jubilado para
entender los prejuicios (propios y ajenos) que condicionan la forma en que son
vistos esta clase de trabajadores.
Las actitudes de las empresas hacia la experiencia suelen
ser positivas, pero en la práctica se les sigue discriminando.
“Y todo el mundo es amable conmigo”, comienza el
profesional. “Todos me dicen cosas en plan 'no sé qué vamos a hacer ahora sin
ti, has estado aquí tanto tiempo que ya lo has visto todo. Tu experiencia…'
Especialmente los más jóvenes… una de ellas de hecho dijo que se sentía
'desconsolada', como si hubiese perdido a su referente paterno en el trabajo.
Les digo continuamente que todo va a salir bien, que no me necesitan… ¡Nadie es
indispensable! Yo menos… un viejo profesor de arte –bueno, espera, no tan
viejo, pero vale. ¡Arte, por Dios! Saldrán adelante como siempre, y después de
un tiempo ni me recordarán. ¡Así es la vida! Gracias a Dios aún soy joven y
estoy en forma para estar ocupado con otras cosas, con mis pinturas y mi golf…
Hay tiempo antes de que me ponga totalmente gagá, ya sabes”. Pero ¿qué está
diciendo de verdad?
La experiencia es útil, pero solo de boquilla. El análisis
de Spedale intenta evitar caer en la habitual distinción de “víctimas” (viejas)
y “verdugos” (jóvenes) que suelen caracterizar esta clase de análisis, y
recuerda que por lo general uno puede presentarse como víctima y verdugo al
mismo tiempo. El propio Mike lo pone de manifiesto, al defender una visión
“racionalista y modernista del entorno de trabajo”, según la cual esta es un
valor que mejora la organización, su capital intelectual y las relaciones entre
empleados. La falta de experiencia, propia de los jóvenes, está asociada con
mayores riesgos.
La realidad es muy diferente, recuerda Spedale. “Esta
paradoja se pone de manifiesto en la contradicción detectada en los estudios
sobre las actitudes de las empresas hacia los trabajadores más experimentados”,
recuerda. “Mientras que las actitudes hacia la experiencia son generalmente
positivas, la práctica continúa discriminándolos a través de una inclinación
negativa hacia los trabajadores mayores”. En el entorno laboral moderno, la
edad suele ser vista como “una potencial barrera para la adquisición de nuevo
conocimiento y un obstáculo para la adaptabilidad y flexibilidad”.
Esta visión ideologizada de lo laboral entiende el lugar de
trabajo como un campo de batalla político donde se enfrentan los jóvenes y los
viejos, cada uno de los cuales intenta racionalizar a través de sus potenciales
virtudes (posibilidad de desarrollo, mayor conocimiento) su atractivo para la
empresa.
Los jóvenes no son tan diferentes . Mike establece una clara
diferencia entre el resto de compañeros y él, “posicionándolo de forma
implícita como el recipiente pasivo y aislado de los buenos deseos de los
demás”. Hace no tanto tiempo, trabajos como el suyo estaban estructurados en
torno a un “orden moral” en el cual los mayores entrenaban a los jóvenes, y
estos, a cambio, les apoyaban cuando se hacían mayores sin considerarles una
carga.
La situación es muy diferente ahora, recuerda Spedale, y los
cambios en la formación y el proceso de profesionalización de la labor, que se
aprenden en universidades o institutos y no el propio lugar de trabajo, han
provocado que el mercado laboral para los trabajadores maduros sea muy parecido
al de los jóvenes. Ello ha dado lugar a más conflictos intergeneracionales y ha
provocado un estado de “arritmia”, el término de Castells que Ian Roberts
utiliza para describir la interrupción de los ciclos de vida tradicionales que
los cambios sociales han provocado.
Eres viejo, pero no lo puedes admitir.Algunos de los
discursos más populares de nuestra era son los del envejecimiento activo o la
tercera edad productiva. Mike se refiere a sí mismo como un “viejo” e
inmediatamente se corrige, como si acabase de recordar que nunca, bajo ningún
concepto, uno debe considerarse como tal.
El discurso psicoterapéutico considera que el trabajo es
necesario psicológicamente, y que “es el único camino posible a la realización
personal”.
La investigadora recuerda que el trabajador intenta
silenciar todos los posibles sentimientos negativos asociados con el
envejecimiento (inutilidad) y centrarse en sus hobbys, como el golf. El
objetivo es recordarse una y otra vez que es un miembro activo de la sociedad,
pero entre sus palabras se cuela la sensación de que envejecer es “un declive
inevitable y pérdida de capacidades”: “Al participar de forma activa en este
discurso comparte la intención de minimizar los efectos negativos de la edad y,
paradójicamente, adopta la “atemporalidad” ['agelessness'] como una medida del
éxito del envejecimiento”.
Adiós, trabajo; hola, nuevo trabajo.Resulta hasta cierto
punto chocante que Mike hable de ponerse “gagá”, ya que como recuerda Spedale,
la enfermedad mental es uno de los grandes tabús de la sociedad moderna, aún
más en el entorno laboral. La mayoría de investigaciones sobre estas dolencias
se centran en ellas como obstáculos para el funcionamiento idóneo del
trabajador, cómo sus efectos (falta de motivación, por ejemplo) reducen la
productividad del individuo y dañan a la empresa. Una vez más, el enfoque
racionalista.
“El estrés, el 'burnout' y patologías similares se
conceptualizan como problemas que necesitan superarse a través de métodos
primarios (eliminando las fuentes del estrés), o secundarios (permitiendo que
los individuos sepan gestionarlos)”, recuerda la autora. El propio Mike, con
sus palabras, muestra que también cree en esa visión de “la enfermedad en el
trabajo como un problema objetivo que requiere una solución racional”. La forma
en la que habla de evitar quedarse “gagá” muestra una de las grandes paradojas
de su discurso, común a nuestra época: al mismo tiempo que parece contento de
desembarazarse de su identidad como trabajador, quiere retener parte de ella,
abrazando el discurso psicoterapéutico que considera que el trabajo es necesario
no solo económicamente, sino también psicológicamente, y por el cual “es el
único camino posible a la realización personal”.
“Esta rebaja de expectativas es el reconocimiento implícito
de los prejuicios de Mike contra los trabajadores mayores como él mismo, ya que
dada la inevitabilidad de su inminente pérdida (del trabajo, de las capacidades
físicas y mentales, de la independencia económica), deben resignarse a una
marginalización progresiva más que a lucha por su reconocimiento como iguales”,
explica la autora. Para el trabajador de cierta edad, la batalla ya está
perdida, y tan solo le queda negociar la rendición en los términos más
beneficiosos. Según la forma en que lo haga, terminará alimentando (o no) esos
prejuicios cada vez más establecidos sobre este grupo de trabajadores que, por
cierto, son mayoría.
FUENTE:ElConfidencial
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